Juguetes sexuales, bijouterie, documentos de identidad, tarjetas de crédito, tangas, bombachas, boxer, calzoncillos, camperas, remeras, tres bicicletas y una rueda de auxilio, entre otras cosas, podrán encontrarse en el Museo del Sexo que está preparando el empresario motelero Oscar Pernigotti. Tiene dos albergues transitorios desde hace 40 años, uno en Firmat (denominado JR) y otro en Melincué (Tabú), y obviamente una vida empresarial cargada de anécdotas, entre otras la historia de un perro extraviado por un cliente y que otro se encariño con el can y terminó llevándoselo a su casa después de “varios turnos”.
Más allá de que la actividad motelera decayó hace ya varios años, Pernigotti siempre tuvo en mente hacer un museo de objetos perdidos. Incluso cuando con un arquitecto diseñaron el motel JR de Firmat, que fue inaugurado en 1981. “Le dije que íbamos a hacerlo para que el día de mañana podamos hacer allí un museo. Lo que le había sugerido es hacerlo con ese diseño porque el tabú de esos años iba a pasar con el correr del tiempo y ya no iba a asombrar hacer un museo en el propio motel con objetos perdidos”, dijo Pernigotti en diálogo con este diario en su casa de Melincué.
Pernigotti es un personaje muy conocido en el sur santafesino. Es propietario de dos moteles emblemáticos en la zona. Uno fue inaugurado en 1977, Motel Tabú, en Melincué. Y el renombrado JR de Firmat, que abrió sus puertas en 1981. Además fue presidente comunal de Melincué en el período 2003-2011.
“El tema del negocio del motel sufrió variables con el correr del tiempo y desde hace muchos años ya no es lo que fue en otras décadas”, dijo Pernigotti.
“Ahora estamos reciclando el servicio y lo que era un motel de parejas hoy se diversificó y pasó a ser un motel que usan los comisionistas o viajantes, familias enteras y lo que queda de las parejas que siguen usando ese lugar, que son las menos”, agregó.
Dentro del museo que tiene planeado el empresario van a estar dos bicicletas o tres, al parecer. ¿Raro no? Pernigotti explicó: “No sé cómo fue pero quedaron en el motel dos o tres bicicletas. En una ocasión, uno de los dos fue en bicicleta y quedó allí, en el motel. Hasta el día de hoy nadie fue a reclamarla”, soltó risueño.
Los otros hallazgos parecen ser normales si se tiene en cuenta que dejaron abandonadas bicicletas, un perro y hasta una rueda de auxilio de un auto. “Tenemos muchos documentos, tarjetas de crédito, aritos, bombachas, calzoncillos o consoladores. Todo lo que te puedas imaginar. Todos estos hallazgos están troquelados y con fecha para que en algún momento sean exhibidos en el museo”, dijo Pernigotti.
Consultado por este diario si alguna vez le reclamaron algo extraviado en el motel de Firmat, Pernigotti sonrío pícaramente y dijo enfáticamente que sí.
“Claro, muchos conocidos o no tanto me preguntaron si no habían encontrado un documento u otra pertenencia personal en alguna pieza del motel y les comenté que sí. También hubo casos en los que yo mismo les avisaba cuando encontraba algo que daba cuenta de la identidad”, contó el empresario.
La anécdota del perro
Obviamente que a lo largo de estos años, en sus dos moteles, Pernigotti cosechó miles de anécdotas que lo llevaron a pensar en esta idea atípica de realizar un museo con objetos extraviados en las piezas del motel. El caso del perro extraviado no estará, por obvias razones, en el museo pero la anécdota es más que risueña.
Lo cierto es que una persona, bastante habitué del JR en Firmat en la década del 90, fue hasta el motel y allí se encontró con su amante. En su camioneta llevaba un perro que dejó arriba de la caja de la pick-up mientras que él y su pareja disfrutaban de un rato de placer; más concretamente un turno de una hora y media que hoy cuesta 800 pesos.
El perro, harto de esperar, comenzó a deambular por el motel, cuestión que cuando el hombre salió de la pieza, no lo encontró. Y se fue. Sin decir nada el hombre se fue dejando al perro en el motel. Otro cliente, que había ido al motel ese mismo día, vio al can y se encariñó.
Al punto tal que varias mañanas el hombre iba al motel y se reencontraba con su amante y con el perrito, que se quedó a vivir allí.
Fue tal el cariño que le tenía al can que siempre le llevaba comida mientras duró la pasión canalizada en el albergue transitorio firmatense.
Esa amante, al parecer, no la tuvo más. Sin embargo con el perro le quedaba un cariño enorme. Esa situación hizo que a la mujer no la viera más en el motel, pero su amor por el perrito seguía firme como una estatua.
No sólo eso sino que en un momento, el hombre habló con la encargada del motel y le pidió si se podía llevar el perrito a su casa. Claro, el animal, que había sido abandonado por su dueño, se quedó viviendo en el motel. Pero recibía comida “preferencial” y cariño cuando esta otra persona visitaba el lugar para encontrarse con su amante.
Lo cierto es que finalmente el perrito terminó siendo entregado a este cliente que se había encariñado con él. Al perro le decían Negro. O quizás le dicen, si es que sigue vivo. De la amante nunca más se supo nada.