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La verdadera revolución está en aprender a respetarnos

Opinión: Por María de los Ángeles Petit

En las primarias obligatorias de agosto, Alberto Fernández, del Partido Justicialista (PJ) y candidato por la coalición Frente de Todos, con la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner como compañera de fórmula, obtuvo una abultada victoria con el 47,79% de los votos válidos sobre el 31,80% logrado por Mauricio Macri, presidente en ejercicio del partido Propuesta Republicana (PRO) y apoyado por la alianza Juntos por el Cambio, que buscaba la reelección. En tercer lugar se ubicó Roberto Lavagna, de la alianza Consenso Federal, con un 8,15%.

En las elecciones generales Fernández triunfó en primera vuelta con el 48,24% de acuerdo con el escrutinio definitivo, seguido por Macri, que logró repuntar hasta un 40,28% con respecto a las primarias obligatorias. En tercer lugar se ubicó Lavagna nuevamente con el 6,15% y el resto de los votos se distribuyó entre otros tres candidatos que superaron la barrera de las PASO. Fernández triunfó en las provincias de Buenos Aires, Catamarca, Chaco, Chubut, Corrientes, Formosa, Jujuy, La Pampa, La Rioja, Misiones, Neuquén, Río Negro, Salta, San Juan, Santa Cruz, Santiago del Estero, Tierra del Fuego y Tucumán. Macri, por su parte, se impuso en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y en las provincias de Córdoba, Entre Ríos, Mendoza, San Luis y Santa Fe

Fue la primera elección en que un Presidente en ejercicio buscó su reelección y perdió.
La democracia argentina es definida como una democracia semidirecta, respaldado por el principio constitucional de que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes.

Y este principio si bien no coarta para nada la libertad de expresión si pone límites a la creencia de que las decisiones que se toman por aquel que ha sido elegido mayoritariamente para gobernar, tengan que guiarse por marchas y protestas, sean mayoritarias o no.

Se puede o no estar de acuerdo con las decisiones de Alberto Fernández.

Se puede criticar, analizar en disidencia, votar en contra, ya sea en la legislatura o bien, cuando los ciudadanos seamos convocados para sufragar.

Pero no podemos, si realmente nos decimos defensores de la institucionalidad y de la Constitución, impulsar el pensamiento de que con marchas y protestas, el pueblo pretenda ser quien tome las decisiones y gobierne.

Nada más cierto en este momento, hoy, que la única forma que quienes nos decimos defensores de la Constitución de nuestro país tenemos es participando en el momento de elegir y votar.

No confundamos los derechos de protestar, criticar o debatir con la posibilidad totalmente equivocada de querer gobernar desde una pantalla de televisión.

El Presidente fue elegido para gobernar, para decidir, en el marco de la legitimidad que le da ese 47,79% que lo eligió confiando en su capacidad para hacerlo.

Los que no lo eligieron deberán esperar el momento adecuado. O bien siendo una oposición constructiva y componedora de esta horrible grieta que nos separa a los argentinos o bien, votando y eligiendo el próximo año en las elecciones de medio término.

Hasta ese entonces, respetemos a quien fue elegido y respetémonos entre nosotros.
Quizás ese sea el verdadero cambio que nos merecemos los argentinos: aprender a respetarnos.

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